Los
nombres científicos de las plantas
El
nombre científico de una especie es el nombre que se da a dicha
especie dentro de la comunidad científica y que se compone de dos
palabras. La
primera palabra nos dice a qué género pertenece (un género es una
agrupación de especies muy parecidas entre sí) y la segunda palabra
nos dice qué especie en concreto es. Quizás el ejemplo más
conocido seamos nosotros mismos, la especie humana, que recibe el
nombre de Homo sapiens, es decir, género Homo y especie sapiens.
Esta
forma de nomenclatura de las especies fue establecida en 1753 cuando
el naturalista sueco Carlos Linneo publicó su libro Species
Plantarum, las
especies de plantas
.
¿Cómo
se nombraban antes a las especies? Inicialmente se utilizaban los
nombres comunes, por ejemplo, ciruelo, olivo, trigo, etc. Pero esto
puede dar lugar a confusiones. Por ejemplo, pueden haber dos especies
con el mismo nombre. Por ejemplo, hay una ciruela europea , con hueso
aplanado, y otra especie americana que, aunque no tiene parentesco
con la europea recibe el mismo nombre, ciruela mexicana, con el hueso
esférico y más grande. Los nombres científicos nos permiten
evitar las confusiones ya que la europea es Prunnus
domestica mientras
que la mexicana Spondias
mombin. Como
la primera palabra es diferente esto nos indica que no pertenecen al
mismo género, o sea, que tienen poco en común, y esa es otra de las
ventajas de la nomenclatura científica, que nos da una pista del
parentesco. Por ejemplo, los melocotones, las ciruelas europeas, los
albaricoques y las cerezas están todos cercanamente emparentados,
como lo indican sus nombres científicos: Prunus
persica ,
Prunus
domestica ,
Prunus
armeniaca y
Prunus
avium,
respectivamente. En cambio, la ciruela mexicana está más
relacionada con el mango.
Por
otra parte, los nombres científicos son internacionales, mientras
que los nombres comunes varían incluso dentro de un mismo idioma.
Volviendo al ejemplo anterior, el fruto de la Prunus
persica
recibe el nombre de melocotón en España, Venezuela, Perú y
Colombia, damasco en Andalucía, Canarias y Cuba, alberchigo en
algunas partes de Andalucía, alberge en Aragón y La Rioja,
chabacano en México, y durazno en Chile, Argentina y Uruguay. Por
cierto, mientras que el nombre durazno hace referencia la piel dura
(del latín durus acinus), melocotón significa manzana algodonosa
(del latín malus cotonus). Otro ejemplo de diversidad de nombres es
la ciruela mexicana que en algunos lugares recibe el nombre de jobo o
jocote. Y esto dentro de un mismo idioma, ya que la confusión puede
ser aun peor cuando comparamos idiomas. Por ejemplo, la
ciruela de Europa se denomina "plum" en inglés, "prune"
en francés, “pruna” en catalán, pflaume en alemán, luumu en
finlandés, ameixa en gallego y portugués, prugna en italiano,
śliwka
en polaco, boos en somalí, mai en vietnamita o ipulamú en zulú.
Una verdadera torre de Babel.
Además,
muchas plantas silvestres poco conocidas carecen de nombre común,
mientras que los botánicos se han dado a la tarea de nombrar
científicamente todas las plantas que existen en el mundo.
Pero,
¿Cómo se llegó a establecer esta nomenclatura? Fue como
consecuencia de las grandes expediciones científicas de los europeos
por el mundo en el siglo XVIII cuando se vio la necesidad de
formalizar un sistema internacional de nomenclatura para las plantas.
Como en ese momento las principales potencias europeas estaban
enfrentadas unas con otras, a fin de evitar favorecer a un cierto
país se optó por usar al latín como base para la nueva
nomenclatura científica, una lengua muerta que no era oficial en
ninguna nación y además presentaba la ventaja de ser hablada como
segunda lengua por la gente culta de Europa. Actualmente el latín es
lengua oficial del Estado Vaticano, pero éste no se declaró
independiente hasta 1929.
En
sus inicios, los nombres científicos eran en realidad descripciones
de las plantas. Si se descubría una planta semejante se le añadía
una palabra descriptiva que la distinguiera de las especies cercanas.
Pero a medida que aparecían más y más especies los nombres fueron
creciendo hasta que se volvieron imposibles de manejar. Por ejemplo,
la campánula, una pequeña planta silvestre con flores en forma de
campana, recibió el nombre inicial de Convolvulus
folio Althea.
Posteriormente se describió otra campánula muy relacionada con el
nombre de Convolvulus
argenteus Althaea folio. Posteriormente
se describieron otras especies semejantes hasta llegar
a nombres como Althaea
maderaspathana subrotundo folio molli et hirsuto multipilis .
Y
aquí fue cuando apareció Linneo. Como buen sueco, lo que hizo es
poner fin a este problema al separar de manera sistemática los
nombres científicos de las descripciones e instauró así el sistema
binominal de nomenclatura científica vigente hasta nuestros días.
Los nombres de las especies constan de dos palabras, que se denominan
género y epíteto específico, respectivamente. De tal suerte que
las especies afines se clasifican en el mismo género, pero con
diferentes epítetos específicos, como el caso de los frutales del
género Prunus
que
discutimos con anterioridad. Además, el sistema de nomenclatura es
taxonómico, es decir, además de darles un nombre único las
especies se clasifican por parentesco en diferentes categorías
ordenadas. Así las especies se agrupan en géneros, los géneros en
familias, las familias en órdenes, los órdenes en clases, las
clases en divisiones, y las divisiones en reinos. Es decir, una
especie de clasificación modular de manera que sabiendo a que
familia, orden o clase pertenece una especie podemos conocer muchas
de sus características. Se nota que los suecos esto de los módulos
lo traen en la sangre. Cuando se reconoce una planta y se designa con
su nombre científico se dice que se ha "determinado" y
cuando se ha determinado su, digamos, parentesco, se dice que se ha
“clasificado”.
Cuando
un botánico encuentra una planta que no aparece en los registros
científicos, es decir, que no existe ninguna referencia a ella en
libros o revistas botánicas, el científico debe preparar un nombre
para el nuevo género o la nueva especie y publicarlo para que la
comunidad científica conozca su existencia. Por lo general los
nombres genéricos y específicos tienen alguna relación con la
nueva planta. Por ejemplo, algunas veces describen alguna
característica notable, como rubrum
(rojo),
scabrum
(rugoso)
o albiflora
(de
flores blancas); en otras ocasiones los nombres hacen referencia al
sitio donde se encontró la nueva especie por primera vez, como
nayaritensis
(de
Nayarit), jaliscana
(de
Jalisco) o arabicus
(de
Arabia). O bien, los nombres se dedican en honor de alguna persona
que haya tenido que ver con el descubrimiento del nuevo género o
especie o que esté relacionado de alguna manera con la botánica,
como hartwegiana
(dedicado
a Hartweg), lexarzanum
(dedicado
a Lexarza), Tamayoa
(dedicado
a Tamayo), el
género de palmeras
Whasingtonia
dedicado al
primer
presidente de Estados Unidos de Norteamérica, o la flor de pascua o
Ponsettia,
dedicada a su descubridor Joel Roberts Poinsett, botánico
aficionado, embajador de los Estados Unidos en México y congresista,
responsable los primeros intentos de EEUU para comprar Texas y otros
territorios a México.
Los
vocablos deben ser sustantivos o adjetivos en latín o bien
latinizados de manera que puedan seguir las reglas gramaticales de
esta lengua, puesto que la publicación del nuevo nombre sólo será
válida si lleva consigo una descripción de la planta escrita en
latín, con énfasis en sus principales diferencias con otras
especies afines conocidas. Desde 1930 hay que escribir una
descripción diciendo qué significa y la razón de la elección. Y
para que el nombre sea aceptado, por supuesto, debe haber un
espécimen tipo. Por ejemplo, el nombre científico Nessiteras
rhombopteryx
no ha sido aceptado pese a seguir las reglas y tener una descripción
ya que en realidad corresponde al monstruo del lago Ness...
Una
diferencia de los nombres científicos de las plantas respecto a
otros reinos es que no se admite la tautonimia, es decir, el nombre
del género y de la especie no pueden ser iguales. Esto, en cambio,
si se permite con animales y así el lobo recibe el nombre científico
de Vulpes
vulpes.
Otra regla es que una vez aceptado el nombre ya no se puede volver a
cambiar, así que hay que tener mucho cuidado cuando se registran las
espacies para que no pasen cosas como cuando alguien quiso homenajear
a Johann Eschscholtz con el nombre del género Eschscholzia,
pero se olvidó de poner una “t” antes de la “z”, o como
cundo se nombro al género Haliaeetus
y por un error de escritura se pusieron dos “e” en lugar de una.
Otra regla es que deban ser pronunciables en latín, aunque
obviamente el concepto “pronunciable” es bastante relativo, y así
nos encontramos con cosas como, Ekgmowechashala,
que significa pequeño hombre zorro en idioma lakota, Tahuantinsuyoa
macantzatza
que viene del quechua, o Nqwebasaurus
thwazi
del bantú.
Y
para terminar os nombraré algunos de los nombres científicos de
plantas más curiosos:
-
Macrocarpaea
gattaca:
una especie de planta caribeña cuyo nombre específico gattaca
procede de la película del mismo nombre.
-
Dracula:
un
género de orquídeas de
aspecto extraño que suelen ser en parte pardas y con pelos.
- Adansonia
za: árbol
de Adán o más conocido como Baobab.
-
Feoficeae...
clase de algas pardas de belleza discutible...
-
Mimosa
hostilis...
que esconde tímidamente las hojas cuando la tocas pero que al mismo
tiempo tiene unos pinchos de un palmo de longitud.
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