Las encinas y el olor a tigre

Uno de los mayores problemas a los que se enfrentan las plantas es que, con pocas excepciones, no se pueden desplazar del lugar donde se encuentran. Y hablo de desplazarse, no de moverse. Algunas plantas puede mover las hojas, las flores o los tallos. Ejemplos muy conocidos son las plantas carnívoras que atrapan moscas, o las hojas de las mimosas que se cierran al ser tocadas. Pero todas las plantas son capaces de realizar movimientos al menos a una escala microscópica. Por ejemplo, todas las plantas abren y cierran los estomas, que son unos pequeños poros que tienen en las hojas y por donde realizan el intercambio de gases, es decir, CO2 por oxígeno. Pero una cosa es moverse y otra muy distinta desplazarse, cambiar de lugar. Esto les afecta, por ejemplo, a la manera en que se defienden de las condiciones ambientales adversas, y también a la manera que tienen de defenderse de los ataques de los patógenos. No es casualidad que las plantas sean fuente de gran cantidad de sustancias con propiedades medicinales ya que la manera que han encontrado de defenderse de bacterias o de hongos es la guerra química, la síntesis de sustancias con propiedades bactericidas o fungicidas.

La falta de movilidad afecta también en gran medida a los mecanismos de reproducción de las plantas. Por un lado se encuentran con el problema de enviar el polen de unas plantas a otras para poder ser fecundadas. Para ello en ocasiones utilizan el viento, otras veces consiguen engañar a insectos para que realicen ese trabajo mediante un “caramelo” en forma de néctar azucarado, y en otras muchas ocasiones simplemente renuncian a la polinización cruzada y, o bien se autopolinizan o bien se reproducen por métodos asexuales, es decir, que no implican intercambio de polen, como pueden ser los esquejes.

Relacionado con la reproducción existe también otro problema con la inmovilidad. Una vez polinizadas, se producen las semillas, y esas semillas se han de dispersar lo más lejos posible para así poder colonizar la mayor superficie de terreno posible. Si todas las semillas de una planta cayeran a sus pies la densidad de plantas sería demasiado grande y no todas podrían sobrevivir. Así pues las plantas han desarrollado mecanismos más o menos sofisticados para dispersar al máximo las semillas. Quizás la más sencilla sea la de ser dispersadas por el viento bien porque las semillas son pequeñas y ligeras, o bien porque además cuentan con extensiones que aumentan su capacidad de “vuelo”, como las semillas de diente de león. En otras ocasiones las semillas cuentan con ganchos o son pegajosas de manera que se pegan al pelaje de los animales, o bien hay plantas acuáticas o que viven cerca del agua que desarrollan algún tipo de flotadores que permiten su dispersión como es el caso de los cocoteros. Otra manera de dispersas las semillas es rodearlas de un tejido cargado de nutrientes con olores atractivos y muchas veces dulces, es decir, rodarlas de un fruto. Los animales comen los frutos. semillas incluidas. Estas semillas tienen unas cubiertas que son muy resistentes de manera que los jugos gástricos no las afectan, así que pasado un cierto tiempo abandonan al animal siendo depositadas lejos de la planta madre y además rodeadas de abono orgánico. Incluso se conocen semillas que tienen una cubierta tan dura que si no pasan por el tubo digestivo de un animal que las ablande no son capaces de germinar. Otra manera de dispersar las semillas es que algún animal arranque el fruto y se lo lleve a  otro sitio a comérselo, desplazando las semillas de lugar aunque no se las coma. Dentro de esta categoría nos encontramos nosotros, por ejemplo, al arrancar una cereza de un árbol (o bien del estante de un supermercado), nos la comemos, descartamos la semilla y la tiramos al suelo (o la basura), de manera que queda depositada lejos de la planta madre (en ocasiones a miles de kilómetros).

Algo parecido hacen ratones de campo. Muchas especies de roedores cumplen una labor muy importante en la dispersión de las semillas de los árboles de los bosques. Estos animales recogen las semillas de los árboles y las van enterrando en diferentes despensas bajo tierra. Muchas veces esas semillas quedan enterradas sin ser comidas bien porque el animal ha muerto o simplemente porque se ha olvidado de ellas, de manera que germinan y dan lugar a nuevos árboles. En algunas especies estas actividades de los roedores son básicas para la reproducción de la especie. Es, por ejemplo, el caso de las encinas y sus bellotas. En tiempos de abundancia los ratones de campo tienen gran cantidad de frutos a elegir para ser recolectados y se sabe que existen muchos factores que determinan que fruto recogen y cual dejan en el árbol: tamaño, presencia de insectos u hongos en el fruto, y también su olor.

Estudios realizados en la sierra de Collserola, en los alrededores de Barcelona, por investigadores del Centro de Investigaciones Ecológicas y Aplicaciones Forestales conjuntamente con investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, el Instituto de Recursos Cinegéticos de Ciudad Real y del Instituto de Ciencias Ambientales de la Universidad de Castilla-La Mancha han determinado algunos de los factores que llevan a un ratón de campo a recoger o no una determinada bellota y no otra, y han visto que uno de los factores que más afectan es su olor. Concretamente, si una bellota huele a depredador entonces es despreciada o tardan más en recolectarla, mientras que si no tiene olor es recogida mucho antes. Es mas, cuando detectan el olor de otros ratones (que compiten con ellos por el alimento), se dan mucha prisa en recolectarlas y prefieren ocultar muchas de ellas a corta distancia y con rapidez, y volver a por otras, para evitar que sus competidores les roben el alimento encontrado. Esta rapidez en enterrarlas hace que aumente la proporción de “olvidos” y mas cantidad quedan enterradas y tienen posibilidad de germinar.

Esto, que puede parecer una anécdota nada más, puede, sin embargo, tener importantes consecuencias en la regeneración natural del bosque y en la distribución de las plantas por el territorio. La presencia de un carnívoro que, evidentemente, no come bellotas, puede modificar la regeneración natural del bosque y la distribución de especies como el roble o la encina. Esto puede afectar en gran medida a programas de regeneración de bosques.

¿Cómo se realizaron estos experimentos? Pues de una manera bastante sencilla. Los investigadores instalaron cámaras de filmación continua frente a grupos de bellotas colocadas en el bosque. Junto a las bellotas colocaron en algunos casos algodones impregnados sólo con agua (inodoros); en otros, con agua mezclada con excrementos de ratones; y en otros, con agua mezclada con excrementos de jinetas, una especie de mamífero carnívoro presente en la Península Ibérica. Examinando las filmaciones determinaron el comportamiento de los ratones, midiendo el tiempo que tardaban en recoger las bellotas en cada caso.

En última instancia, el estudio también pone en evidencia hasta qué punto las especies de un ecosistema están muy interconectadas, incluso cuando están situadas en distintos niveles de la red trófica.


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